En estas montañas, el frío y la neblina han acompañado la historia de quienes, con hacha, serrucho y esperanza, abrieron los caminos de la vida. Aquí siempre se cultivó papa, cebolla y pasto para el ganado. Así comenzó la historia de Letras, cuando las primeras familias llegaron desde Boyacá y Nariño, trayendo consigo la fuerza del trabajo y el amor por la tierra.
Cada finca fue levantada a punta de machete y madrugones. Las mulas cargaban los costales de papa hasta Manizales, por trochas que se volvían barro en invierno. Las mujeres alimentaban a los trabajadores, cuidaban los hijos y sostenían el hogar mientras los hombres enfrentaban las heladas, el comercio o la cantina.
El tiempo fue cambiando el paisaje y las costumbres. Donde antes se veía el humo del fogón de leña, hoy se alzan carreteras y camiones. Pero aún se conserva el sentido de pertenencia, el saludo entre vecinos y la costumbre de cuidar el agua y los páramos que los rodean. Las nuevas generaciones han aprendido que la vida en el campo no solo se trata de sembrar, sino también de proteger.
Hubo épocas difíciles. El silencio de las noches fue testigo del miedo cuando la violencia se adentró en las veredas. Algunas familias perdieron seres queridos; otras tuvieron que guardar el dolor en el alma y seguir trabajando. Pero la comunidad resistió, y con el tiempo volvió a florecer la esperanza.
De esa historia quedaron lecciones profundas: la importancia de la unión, del respeto por la vida, del trabajo digno y de la memoria.
Hoy, Letras vuelve a mirar al futuro con orgullo. Las caminatas ecológicas, el turismo comunitario y la fuerza de las mujeres y los jóvenes han abierto nuevos caminos. Cada relato, cada canción y cada siembra se convierten en un homenaje a quienes forjaron este territorio con esfuerzo y amor.
Porque en estas montañas, la tierra no solo da papa: da también historia, fortaleza y memoria viva.







